A Coruña, una pequeña Venezuela

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Los venezolanos eligen la ciudad para quedarse. En la actualidad, residen en ella el 40% de los habitantes del país caribeño que viven en la provincia, una cifra que crece cada año


Marta Otero Mayán

laopinioncoruna.es


En A Coruña hay una pequeña Venezuela que no deja de crecer. Según datos del padrón del Instituto Nacional de Estadística, al cierre del año 2020 estaban empadronados en la ciudad 2.117 venezolanos, lo que supone casi el 40% de todos los ciudadanos provenientes del país caribeño que residen en la provincia. Una cifra que crece año a año: en 2019, eran 1.529 los venezolanos de todas las edades que habían escogido A Coruña para vivir. Este año, los venezolanos reconvertidos en coruñeses superan ya a los que escogen la que fue una de grandes ciudades receptoras de la población proveniente de este país, Vigo, que cerró el 2020 con 1.930 empadronados.

Aunque sus situaciones, edades, y realidades familiares y económicas son de lo más diverso, la mayoría esgrime una motivación común: la necesidad de buscar un entorno más seguro que el que ofrece su país de origen, en el que muchos manifiestan haber sido objeto de robos, atracos o distintas formas de violencia. “Quería un lugar más seguro para mis hijos”, resume Jesús Fernández. “A mi padre allí le persiguieron, le atracaron y le dispararon”, justifica, con la mitad de años pero el mismo objetivo, el joven Luis Cancilleri. La prosperidad económica en un lugar que ofrece opciones más luminosas que en su país natal es otro de los motivos que les empujan a saltar el charco.

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Su preferencia por la ciudad no es casual. “Escogimos A Coruña porque para nosotros es el balance perfecto entre oportunidad de trabajo y ciudad bella, con mar y donde nadie es forastero”, explica Rocío Ruíz, de la Hermandad Venezolana en A Coruña-Galicia (Hevega). La asociación sirve de puente y nexo entre los venezolanos emigrados y las raíces a las que renuncian al hacer las maletas, como una forma de mantenerse conectados con su país y sus costumbres y, al mismo tiempo, brindan apoyo y asesoramiento a los recién llegados, sean o no descendientes de gallegos retornados. “La forma de ser del gallego residente en A Coruña también nos encanta, encontramos empatía, solidaridad y la cercanía del trato. Es de agradecer”, observa Ruiz.

Emprendedores natos

Aunque la acogida suele ser buena, la comunidad venezolana de la ciudad no siempre lo tiene fácil. Según datos de Hevega, el 90% de los venezolanos que han emigrado a Galicia, pero que no cuentan con antepasados gallegos, han solicitado la protección internacional, conocida como asilo. “Esta solicitud, en la gran mayoría de los casos, es denegada. Se les concede una residencia temporal por razones humanitarias”, desgrana Ruiz. Ese permiso temporal, que tiene una vigencia inicial de un año, propicia un permiso de trabajo, lo que facilita la incorporación de la comunidad al mercado laboral en un primer momento.

Con todo, y pese a que la mayoría de los venezolanos no puede servirse de los títulos que obtuvieron en su país de origen, debido a las dificultades que existen para la homologación de sus documentos, los emigrantes no se quedan quietos a la espera de que lluevan las oportunidades. Ni mucho menos. Solo en A Coruña, según datos de Hevega, existen más de 150 proyectos de emprendimiento impulsados por población venezolana, todos de la más diversa naturaleza. “Bares, restaurantes, peluquerías, minimarkets, gimnasios, tiendas de paquetería, empresas de obras… El venezolano quiere incorporarse al sector productivo pronto, e inicia procesos de autoempleo. Si tardan en homologar, muchos no tienen la oportunidad de trabajar en lo que han estudiado, por eso muchos han dado ese paso”, añade Rocío Ruiz.

Muchos se han inscrito, con el fin de mejorar estas destrezas emprendedoras, en el programa Merlo, promovido por la Xunta y la Fundación Ronsel con el objetivo de brindar asesoramiento a los migrantes retornados a la hora de poner en marcha sus proyectos. “Nos recuerda a cuando los gallegos llegaron a Caracas y abrieron sus negocios. Aquí está pasando a la inversa. Es parte de nuestro apoyo a la productividad de Galicia, aportamos nuestras ganas de trabajar y de emprender”, asegura Ruiz.

Jesús Fernández y Alexandra Sarta|   // L.O.

Jesús Fernández y Alexandra Sarta| // L.O.

“Decidí venir a España porque dije: ‘Quiero esta tranquilidad para mis hijos”

La casa de los Fernández-Sarta es un crisol cultural: él, venezolano hijo de gallegos y coruñés desde hace seis años. Ella, hija de coruñesa e italiano, nacida en Argentina y criada en Nueva York. Ambos regentan, desde enero de este año, el restaurante Jaque Grill, en la Avenida Finisterre, que aúna lo mejor de la gastronomía americana e italiana en sus pizzas artesanas y sus hamburguesas. Lo de Jesús Fernández es el mejor ejemplo posible de año nuevo, vida nueva: desde Isla Margarita recaló, el 1 de enero de 2015, en Galicia, la que había sido la tierra de sus padres, y a la que decidió retornar movido por el deseo de buscar un porvenir mejor para sus hijos. “Allí el tema de la delincuencia ya está insoportable. Cuando los hijos llegan a la adolescencia, uno empieza a pensar más en ellos que en uno mismo”, rememora. Siguió, con su decisión, el ejemplo de su padre, que ya había optado por hacer lo propio con su prole, a la que sacó de Caracas en el año 1979 por las mismas razones. “Entonces ya era muy peligroso, aunque los culebrones no lo decían. Tengo el mismo espíritu que tenía mi padre, de mirar más la calidad de vida que lo económico”, asegura. Desde entonces, y antes de levantar la verja del Jaque Grill, Jesús fue comercial, trabajó en el sector servicios y, finalmente, como taxista. “Mi mujer, a la que conocí aquí, es hostelera de vocación. Ella tuvo la primera pizzería al horno de leña que hubo en A Coruña. Un día hablamos y decidimos volver a empezar”, resume. Aquí pudo, además de reencontrarse con sus orígenes gallegos, hallar la tranquilidad que lo movió a hacer las maletas. “Tenía una abuela aquí que murió con 103 años. Ya había venido a visitarla algunas veces. En un momento dado, dije: quiero esta tranquilidad para mis hijos”.

Ana Cristina Fernández | L.O.

Ana Cristina Fernández | L.O. MARTA OTERO MAYÁN

“Vine porque tenía ganas de tener algo propio, y sabía que allí sería imposible”

Si emprender es una aventura para la que pocos valen, hacerlo en pandemia brinda una dosis extra de mérito. Y también de agallas. Que se lo digan a Ana Cristina Fernández, propietaria de El Cártel, el estudio de tatuajes que regenta junto a su pareja, y que abrió sus puertas en febrero del 2020. En marzo, la población estaba confinada a causa de una pandemia mundial. El Cártel era la conclusión a años de ahorros y meses de planificación y esfuerzo para llevar a término una idea que no pudo llegar en peor momento. “Fue pagar los tres meses de alquiler, hacer el papeleo, dejar el depósito y tener que cerrar. Los ahorros que teníamos nos los comimos, porque no podíamos trabajar”, recuerda. Afortunadamente, la situación mejoró para El Cártel: su estilo chicano, las referencias al mundo del graffiti y el lettering que sale de sus máquinas, su seña de identidad, ha llevado a que muchas personas les hayan elegido desde entonces, con lo que han podido solventar, con holgura, los malos comienzos. “La dueña del bajo se portó genial, nos comprendió totalmente y no nos cobró alquiler”, reconoce. Antes del éxito, y recién llegada a A Coruña con 20 años, trabajó de lo que pudo con el fin de poder alcanzar su sueño de emprender su propio negocio. Ese fue, precisamente, uno de los motores de su marcha de Venezuela. “Me motiva el hecho de que los jóvenes tienen aquí muchas más oportunidades. A algunos, ser autónomo les da vértigo, pero a mí personalmente me pareció un respiro. Tenía ganas de tener algo propio, porque allí iba a ser imposible hasta dentro de muchos años”, señala. Con todo, y pese que aquí ha levantado su negocio y encontrado a su media naranja, no descarta probar suerte en Venezuela, donde, espera, las cosas mejorarán algún día. “No pierdo la esperanza de emprender en Venezuela, como ciudadana venezolana que soy”.

Luis Cancilleri | L.O.

Luis Cancilleri | L.O.

“Allí vives en constante preocupación, no puedes llevar un reloj por la calle”

Luis Cancilleri no había cumplido los 18 años cuando saltó el charco y se estableció en A Coruña. Nieto de italiano y español, optó por A Coruña porque su ascendencia europea le evitaba los engorrosos trámites relacionados con los documentos, que sí sufren otros compatriotas que llegan sin raíces previas. “La comunidad de venezolanos opta, muchas veces, por irse a Estados Unidos, principalmente por el tema de los dólares. Para nosotros, era importante no tener preocupaciones por el tema de los papeles”, explica.

A Coruña fue la elegida por un motivo tan simple como los vínculos. “Mi padre tenía un amigo aquí, en A Coruña. Mi abuelo es español, pero vivió y murió en Venezuela, no teníamos más familiares aquí. Cuando él murió, decidimos venirnos”, recuerda. Hay que remontarse a 2016: sus padres lo hicieron antes que él, que tuvo que prolongar su estancia en Venezuela para terminar de cumplir con sus compromisos deportivos con el equipo de fútbol de su cuidad, el Monagas Sport Club. “Terminé el bachiller en julio, y me vine en diciembre. En las universidades de allí te puedes matricular por semestre, pero aquí no, tuve que esperar a julio del siguiente año para inscribirme en la Universidade da Coruña”, relata.

En esos seis meses de pausa y espera, desde luego, no perdió el tiempo: continuó ligado al fútbol, primero en el Victoria Fútbol Club y luego en el Arteixo, donde hizo sus primeros amigos gallegos. Más tarde, comenzó sus estudios en Empresariales, que compaginó hasta ahora con su trabajo como camarero, y cuyo último curso encaró este año. La necesidad no fue, en su caso y el de su familia, el aliciente para hacer las maletas. Como muchos de sus paisanos, Cancilleri emigró movido por el deseo de encontrar un lugar más seguro en el que residir, crecer y desarrollarse. “Yo allí vivía bien, no me fui por necesidad. Allí no puedes lucir lo que tienes, no puedes llevar un reloj, estás en constante preocupación. A mí padre le persiguieron una vez desde el banco, le atracaron y le dispararon”, recuerda el joven.

Aquí encontró un panorama muy distinto, en el que podía reunirse con sus amigos en un bar o en el centro de la ciudad, en lugar de en casas particulares como es costumbre allí para evitar sobresaltos. “Me gusta vivir en una ciudad pequeña. Fue fácil acostumbrarme. No es como Madrid, que es un descontrol. Aquí tienes la playa muy cerca. Al principio me costó el tema del frío, venía acostumbrado al clima tropical”, recuerda.

Carolina Müller y Francisca Roca.   | // CARLOS PARDELLAS

Carolina Müller y Francisca Roca. | // CARLOS PARDELLAS MARTA OTERO MAYÁN

“La gente es muy amable, no hemos sentido rechazo. La mayoría tuvo a alguien emigrado en Venezuela”

Carolina Müller y su madre, Francisca Roca, palian la morriña de su tierra natal, y también la de sus otros vecinos venezolanos afincados en A Coruña, a base de tequeños, hallacas, arepas y postres típicos como quesillos, bienmesabe o tresleches. Lo hacen bajo el sello Guasacaca Coruña y repartiendo esfuerzos: mientras que la madre cocina, la hija lleva los pedidos y la comunicación. “Decidimos abrir un negocio de comida a domicilio porque entre que una tiene trabajos temporales, trata de buscar de donde sea”, justifica Carolina, que es licenciada en Educación Infantil, un título que las incompatibilidades del sistema le impiden desempolvar por el momento. Con Guasacaca Coruña no les ha ido mal, aunque, admiten, la pandemia ha afectado y mucho, y, aunque han vivido momentos mejores, el negocio de la buena comida con sabor nostálgico a los orígenes siempre acaba triunfando. Sobre todo, en fechas señaladas. “Empezamos ofreciendo comida navideña a amigos y conocidos primero, hace cuatro años. Ahora tenemos algún bar aquí que nos hace pedidos. Se fue corriendo la voz. El año pasado bajó un poco por tema de la pandemia, pero igual seguimos haciendo cosas”, cuenta Carolina. Llegó a la ciudad hace seis años y medio, de la mano de su hija, que entonces tenía cinco años y para la que, como muchos de sus paisanos, quería un futuro mejor en un país con más opciones de prosperar. Antes ya lo había hecho su hermano, que echó raíces coruñesas al casarse con una gallega. Más tarde los siguió su madre desde Caracas, donde la vida nunca ha sido más complicada. “Me sorprendió la tranquilidad, el poder ir por la calle sin tener que mirar a los lados por si te van a robar. La gente es muy amable, hay mucha empatía. Nunca hemos sentido rechazo. Al fin y al cabo, muchos gallegos han estado en Venezuela. La mayoría tiene alguien que tuvo que emigrar en su momento”, asegura. Además de con tequeños, asados y cocadas, ambas se mantienen en contacto con su país de origen a través de distintas asociaciones e iniciativas, como los grupos de Facebook en los que la comunidad venezolana de A Coruña y Galicia se organiza para compartir sus recuerdos y celebrar su cultura y sus raíces. Unos encuentros que, por el momento, la pandemia también ha robado, y que permanecen en standby a la espera de que tiempos más favorables permitan volver a reunirse sin preocupaciones. “Se echan de menos. Nosotras hemos participado en fiestas y verbenas de venezolanos muchas veces. Hasta el 2019, claro”, se resigna Carolina. Los ojos de la comunidad están puestos, ahora, en la fiesta dedicada a la Virgen de la Chinita, una feria que se celebra a finales de noviembre en la ciudad de Maracaibo y que los venezolanos-coruñeses replican aquí. El año pasado tuvieron que conformarse con la modalidad telemática, pero este, las esperanzas están puestas en que pueda volver a ser cara a cara.